Durante la segunda mitad del siglo XIX viajeros y artistas del norte de Europa llegaron a España impulsados por el interés que despertaba la visión orientalista del sur de la Península Ibérica. Unos viajes que se inician dentro del periodo del Romanticismo y que buscaban reflejar en sus diarios, publicaciones y pinturas aquellos lugares y gentes a las que atribuían algunas consideraciones de singularidad y exotismo. Estas connotaciones que se perciben en los conocidos como viajeros románticos, —especialmente en ingleses, franceses y alemanes—, serán compartidas por los viajeros provenientes de América, si bien estos últimos, por lo general, no han acaparado la atención de los europeos por parte de la historiografía.
Con estas premisas, la publicación Viajes y artistas desde América a Andalucía entre dos siglos (XIX-XX) pretende analizar el interés por España en los artistas del continente americano y las impresiones de aquellos viajeros y viajeras que, al igual que los europeos conforman una imagen española y, más concretamente andaluza, —campo de estudio del libro—, cuya herencia se debate con especial rigor en los diferentes capítulos del volumen.
No obstante, además de las connotaciones orientalistas compartidas con los viajeros europeos, dentro de los viajeros americanos, mayormente en el caso de los de habla hispana, se percibe un interés en el reconocimiento de unos valores comunes. Unos lazos culturales que se ven renovados en las celebraciones del IV centenario del descubrimiento de América y con mayor profundidad en la Exposición Iberoamericana de 1929 de Sevilla.
Este contexto de encuentro y fortalecimiento de las relaciones con la América hispana es el que trabaja el primer capítulo firmado por Lola Caparrós Masegosa y Yolanda Guasch Marí que analizan, entre otras cuestiones, la creación en 1907 de la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE). Esta Junta, impulsada por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes permitirá unas estancias de artistas provenientes de América lo que supone una base sólida, a través de concesión de becas, en la fomentación del intercambio cultural con Iberoamérica, aspecto que se ve reflejado en la muestra que las autoras hacen de los documentos y las revistas de la época sobre el tema con imágenes de especial interés. La última parte del capítulo se refiere al papel que juega la Real Academia de San Fernando y su proyección americanista, cuestión que abre una nueva vía de estudio para sucesores trabajos.
De las mismas autoras, se debe la firma del segundo capítulo en el que se examinan aquellos y aquellas pintores y pintoras que llegados a España pasarán por Andalucía impregnándola en sus lienzos. De este estudio se debe citar artistas como Norah Borges, Elena Ramírez, Eduardo Abela y Alfredo Lobos, entre otros tantos que el capítulo documenta con acierto, mostrando los lienzos de las arquitecturas y paisajes andaluces producto de los citados viajes.
El tercer capítulo se debe al profesor Rafael López Guzmán quien, con la excelencia de una larga trayectoria en el americanismo, considera un trabajo al influjo ejercido por la Alhambra granadina en aquellos viajeros hispanoamericanos que llegaban a las provincias andaluzas en el contexto de los Grand Tour. En el texto, por tanto, se muestra las impresiones en diarios de viajes y publicaciones que supuso su paso por Andalucía para autores como el chileno Alberto del Solar, el peruano Ricardo Palma o la colombiana Soledad Acosta. En todos ellos se refleja el impacto alhambresco, sobre el cual llega a decir el chileno Rafael Sahuenza en su libro Viaje en España de 1886 que la propia vistita a Granada suponía un olvido de la misma al concentrar las impresiones de los viajeros exclusivamente en la Alhambra.
Con un sentido más singular, el capítulo de Rocío Peñalta se centra en la publicación de Rubén Darío Tierras Solares de 1904, mostrando la relación de Darío con España y sus intelectuales. De esta forma se analiza los diarios de viaje como verdaderas crónicas que el relato rubeniano acoge de su itinerario entre 1903 y 1904 por ciudades como Granada, Málaga, Córdoba, Sevilla y Algeciras, sumando a la visión andaluza la experiencia en el norte de África en la ciudad de Tánger, cuyos valores orientalistas son a veces compartidos en algunos aspectos en el sur peninsular.
Otro de los capítulos que mayor sugestión adquieren en el volumen es el de Blasina Cantizano que aborda el tema de las viajeras norteamericanas que llegarán a Andalucía entre 1850 y 1900. En el texto, con una perspectiva historiográfica del género, se pone de manifiesto la dificultad y la valentía de autoras como Octavia Walton Le Vert, Susan Hale, Fanny Bullock Workman o Elizabeth Champney, entre otros casos. No obstante, el trabajo no se limita a un mero repaso nominativo sino al percibimiento de un espíritu crítico y literario de estas autoras.
En el mismo contexto del revival español en Norteamérica, Cristina Doménech analiza en su capítulo el paso de las pintoras estadounidenses en Andalucía entre 1850 y 1925, periodo en el que muchas mujeres profesionalizan su formación pictórica y viajan a Europa en busca de las grandes colecciones y maestros europeos de la pintura. Entre la nómina de artistas, con el orientalismo y costumbrismo como reseña, el trabajo de Doménech analiza las obras de Mary Cassat, Jane Peterson, Violet Oakley o Edith Emerson aportando conclusiones significativas en el tipismo español y andaluz que se iba reflejando. El siguiente trabajo de Adrián Contreras y Edgar Mejía amplía el estudio de la imagen de Andalucía en un original texto en el que se acapara algunos artistas estadounidenses que llegaron a Marruecos en su búsqueda del exotismo, imagen compartida en buena medida con la construcción andaluza.
En el caso del capítulo posterior de Elena Montejo, se hace una revisión crítica de las colecciones fotográficas de los museos estadounidenses, en relación a la imagen andaluza que se conserva en entre sus fondos. Así, añadiendo algunos diagramas con datos concretos, se hace una puesta en valor de estos documentos de viaje, tan olvidados en cierta medida, y que aportan al igual que la imagen pictórica una visión del patrimonio arquitectónico y de la sociedad andaluza.
Concentrándonos en el caso mexicano, Aurora Y. Avilés e Ignacio García Zapata firman un estudio de la plasmación de lo andaluz en seis artistas del modernismo mexicano de principios del siglo XX. En este caso se analiza la obra de Mateo Herrera, Ángel Zárraga, Roberto Montenegro, Ernesto García Cabral, Alfredo Ramos Martínez y Germán Gedovius, cuya obra no solo se reencuentra con un pasado común sino que participa de la construcción identitaria andaluza, —entre mantones de Manila—, a través del reflejo costumbrista. Siguiendo en México, Móniza López aporta un sugestivo capítulo acerca del concepto de lo andaluz en la obra de Saturnino Herrán, artista modernista que refirió la imagen de México y de los mexicanos como una mezcla de tipos a través del imaginario mexicano y español. El siguiente capítulo de Fernando Martínez Nespral, nos sitúa en Argentina con el escritor Roberto Arlt y su viaje en 1935 por Andalucía. Viaje que se plasma en 80 aguafuertes y que ofrece otra visión diferente a la del costumbrismo y orientalismo de los capítulos anteriores, dotando de esta forma de complejidad y altura teórica al volumen.
Tras la objetiva mirada argentina, Paula Jimena Matiz-López apunta los viajes de estudio de los artistas colombianos que pasaron por Andalucía a partir de 1880. Unos artistas que consolidarán su formación de los modelos y artistas españoles, como el caso de Ricardo Moros Urbina o de Miguel Díaz Vargas, cuya obra supone un manifiesto valor de la herencia española en la cultura colombiana. Los siguientes dos capítulos se refieren al ámbito cultural peruano. El primero de ellos, firmado por Marcel Velázquez Castro analiza con minuciosidad los mitos románticos y cuestiones como el antiespañolismo e hispanismo crítico en escritores como Manuel González Prada o Ricardo Palma, suponiendo de esta forma una lógica propuesta del librepensamiento. El segundo de ellos, de Fernando Villegas Torres, sugiere un examen de las crónicas de viaje e imágenes de lo andaluz en artistas peruanos de relevancia como Ignacio Merino, uno de los primeros pintores peruanos que visitó España tras la Independencia y Teófilo Castillo. Como bien recoge el capítulo, Castillo como producto de su viaje a España entre 1908 y 1909 publicó sus impresiones unos años más tarde en una revista local, además de retratar en sus lienzos esa visión social y orientalista de ciudades como Córdoba, Granada o Sevilla. El último de los capítulos se debe a María Victoria Zardoya Loureda que rescata acertadamente la herencia andaluza en la arquitectura de La Habana entre 1900-1935. De esta forma, se establecen conclusiones como el surgimiento del gusto o renacimiento de los siglos XVI y XVII en elementos visibles como zócalos, azulejos que conformaban los patios con su fuente similares a los sevillanos o granadinos. Una cuestión que suma de interés y visión conjunta al libro.
Por último, y tras advertir de la utilidad y referencia para la comunidad americanista de la obra a través de sus capítulos, se debe reseñar la cuidada edición de Iberoamericana Vervuert. Solo de esta forma, con una cubierta dura, agradable e ilustrada y, con un diseño detallista que acoge las más de cien ilustraciones a color que se encuentran en el volumen, se equilibra el alto contenido intelectual del mismo. Objetivo conseguido.